Huir después de conquistar, desaparecer, no responder, invalidar lo que la otra persona siente, reducir la atención sin explicaciones, o no atender repetidamente la necesidad que el otro expresa son comportamientos en las antípodas de los cuidados emocionales.
Cenicienta y el príncipe se casaron, fueron felices y comieron perdices. Bueno, en realidad tenían muchas discusiones. Después de ese inicio de cuento, la atención del príncipe por ella cayó en picado y Cenicienta no entendía nada. ¿Tanto lío había armado para buscarla y casarse con ella para, una vez conseguido todo eso, ponerse en plan frío y distante? Él también pasaba malas rachas. Habían decidido tener una relación abierta y él respetaba cuando era ella la que se iba a pasar el fin de semana con otro príncipe, aunque le dolía que no siempre fuera del todo honesta. Sin embargo, Cenicienta no soportaba que él pasara tiempo con otras princesas y eso, al príncipe, le parecía un poco injusto.
Trescientos y pico años después de que Perrault publicara su versión de Cenicienta, y no sé cuántos sanvalentines mediante, ya sabemos que eso de relacionarse amorosamente con otras personas es bastante más complicado que lo que leímos en los cuentos tradicionales. Con la monogamia todavía como institución mientras las nuevas formas de relacionarse toman carrera, un concepto -o más bien la ausencia de ese concepto- arrasa corazones sea cual sea el modelo elegido: la responsabilidad afectiva.
¿Y eso qué es? «Ser consciente de que lo que hago y de que mis comportamientos en una relación tienen consecuencias para la otra persona y que no vale eso de decir ‘ah, yo es que soy así, si te afecta vos lo trabajas’, como dejando la responsabilidad de todo en la otra persona. Es un concepto bidireccional: yo me hago cargo de mis comportamientos y no te dejo sola o solo en la gestión de las consecuencias o de lo que sucede en nuestra relación», define la psicóloga feminista Ianire Estébanez.
Beatriz Cerezo y Nuria Arrebola son psicólogas en el espacio de psicoterapia Indàgora y hablan de la responsabilidad afectiva como un concepto en auge que hay que saber concretar y aplicar. «Diría que es la habilidad para responder cuando se han puesto en juego los afectos, saber que nuestros actos no suceden en el vacío y ser capaz de responder a ellos», dice Cerezo. El concepto tiene mucho que ver con un verbo: hacerse cargo. Es decir, encontrar el punto en que cada persona se hace cargo de su mochila mientras responde a lo que está poniendo en juego en un vínculo, sin descuidar a la otra persona.
Comunicar y reparar
En lo concreto, Cerezo y Arrebola, que hablan de «buenas prácticas de cuidado» ponen algunos ejemplos de qué es eso de ser responsable afectivamente: comunicar claramente lo que quieres en el vínculo, manejar la información de manera transparente y clara, ser coherente entre la energía que se pone y lo que realmente se quiere, reparar si has hecho daño, ver de qué manera puedes acompañar a la otra persona en el dolor, tener en consideración las emociones de las otras personas, intentar cumplir con los acuerdos… No hace falta que la relación sea estable, convencional, un noviazgo ‘hecho y derecho’ para que los cuidados deban ponerse en marcha y así evitar generar un reguero de cadáveres emocionales.
Y es que la ausencia de responsabilidad afectiva, de cuidados, crea estragos. «Hace que quien la sufre sienta que no es válida, que no es suficientemente importante y que por eso no se le tiene en cuenta o no se le prioriza…», explica Estébanez. Para esta experta, esos cuidados pasan, fundamentalmente, por poner palabras a lo que uno quiere y necesita, por tener conversaciones incómodas. También por reparar el daño. Más allá de un ‘lo siento’, explica, se trata de reconocer lo que se ha hecho mal, de conectar con las emociones y las necesidades del otro y de atenderlas en lo posible cuando sea posible.
Huir después de haber conquistado, desaparecer, no responder, invalidar lo que la otra persona siente o restarle importancia, reducir el cariño y la atención sin explicaciones, no cumplir con lo acordado, o no atender repetidamente la necesidad que la otra persona expresa son comportamientos en las antípodas de esa responsabilidad afectiva o cuidados.
«Si te comprometes algo y luego no lo haces, la has cagado. Lo suyo es repararlo, responder ante ese daño. ¿Cuántas veces prometemos cosas que luego no damos? Eso es irresponsable. También es responsable decir que no se puede responder a algo por el momento en que estás o por tus limitaciones. Pero sobreproteger a la una persona -no hablando o no expresando tus necesidades- para no hacerle daño tampoco es sano», prosigue Nuria Arrebola
Brecha de género
También hay brecha de género cuando hablamos de responsabilidad afectiva y de cuidados. «No nos enseñan a ser responsables de la misma manera. Las mujeres tendemos a cargarnos con esa parte y a darle muchas vueltas a lo que hemos hecho, lo que no, las consecuencias… Los hombres no asumen tanto esto porque su socialización tiende más a aprender a moverse ellos en el mundo, a tomar decisiones y a asumir menos responsabilidades respecto a los demás», explica Estebánez. Por eso, porque el punto de partida es diferente, hay que tener cuidado para que las mujeres no acabemos hasta arriba de responsabilidad e incluso de culpa «intensa e inmensa», como Estébanez detecta en su consulta a menudo.
Nuria Arrebola constata que las mujeres tendemos a sobre-responsabilizarnos de lo ajeno y a des-responsabilizamos de lo propio. «Es importante aplicar la responsabilidad afectiva también con una misma y con nuestras propias necesidades», apunta. Aún así, por dejadez, por miedo o por falta de aprendizaje es fácil que todas y todos caigamos a veces en este tipo de comportamientos.
«Si hemos sido socializadas, como dicen muchas autoras, para ser por y para los otros, para la entrega, para no dañar el ego de la otra persona, para complacer… pues esa brecha de género se ve en los cuidados y en la intimidad claramente», explica la psicóloga, sexóloga y divulgadora Isabel Duque, más conocida como la ‘Psico Woman’. Cuenta que el 92% de personas que acompaña en terapia son mujeres, un dato que da idea de la brecha que ya hay a la hora de atender las emociones, y los vínculos.
Psicología de Instagram
Más allá de un concepto en auge, su significado no puede desligarse de muchos otros factores ni convertirse en un arma arrojadiza que utilizar contra el otro sin más. Isabel Duque critica de hecho el sobreuso del término responsabilidad afectiva: «Prefiero hablar de cuidados, en primera línea y en mayúsculas. Prefiero hablar de autoconocimiento, hay que decirle a la otra persona qué son cuidados para ti y qué no, y conocerte más allá del discurso tradicional. Es algo ligado a la comunicación incómoda pero también a la ternura, a la vulnerabilidad, a crear espacios donde pueda salir lo que todo el mundo tenemos dentro y que se nos activa en vinculación con otras y otros. Puede llevarte años saber qué es lo que necesitas, ir viendo qué sienta bien, qué no… «.
Ianire Estébanez está de acuerdo en que no se trata de un concepto independiente, sino relacionado con otros. Por ejemplo, acuerdos. «Fijar acuerdos que puedan contemplar las necesidades de cada cual, decidir cuál es el modelo de relación… e ir revisando todo, porque es probable que necesitemos recalcular lo que cada uno quiere y las condiciones de esa relación». ¿Y si no funciona? «Ser consciente y coherente. Puede haber dos personas que se quieran y a las que les gustaría seguir pero que en realidad no comparten la mirada que quieren darle a su relación. Ser responsable afectivamente también es conocerse, saber qué necesidades tengo en cada momento y ser capaz de poner fin a lo que no se corresponde con eso».
Isabel Duque, que lleva 15 años pasando consulta como psicóloga sanitaria, alerta de que el ruido de conceptos que inundan redes como Instagram tiene efectos indeseados. «Acompañando a mujeres jóvenes ves que todo este ruido de conceptos lleva a dar por hecho que si eres una mujer que te relacionas con hombres te van a pasar todo este tipo de situaciones y vas a interpretar todo lo que hace la otra persona con la mirada puesta en estos conceptos», avisa. Duque asegura que más allá de esos resúmenes fáciles que se lanzan en un post o en tres stories de Instagram, la psicoterapia muestra que lo que mueve a cada persona es muy complejo, especialmente cuando se trata de crear vínculos con otras personas, donde el apego, la infancia o los miedos funcionan a toda máquina.
«Por supuesto que tenemos que hacer autocrítica amorosa, pero también tener cuidado con no demonizar. Ser conscientes de la complejidad de los procesos internos de intimidad, de gustar, de vincularse…y no dejarte llevar solo por un post que te está simplificando todo mucho».
Nota de Ana Requena Aguilar para El DiarioAR