Por Facundo Basualdo para La Opinión de Tandil
“Talla: 1.70cm. Iris: Cas. Osc. Color: Blanco. Cabello: Neg. Liso. Nariz: Grande. Boca: Mediana.” Así describía a Roque Antonio Dalton García la ficha policial fechada el 9 de octubre de 1960, durante la dictadura de José María Lemus que lo condenó a muerte por primera vez. Los motivos no tenían que ver con sus rasgos físicos y tampoco estaban detallados en ese archivo: se justificaban en su poesía, al momento ya premiada internacionalmente, y en su militancia comunista.
Pulgarcito, como le decían a Roque Dalton, nació el 14 de mayo de 1935 en la capital de El Salvador. Su padre, Winnal Dalton, había llegado desde Estados Unidos en 1916 al país centroamericano, donde se casaron con Aída Ulloa, una trabajadora salvadoreña. Por una discusión que terminó a los tiros, Winnal fue internado en el hospital en el que conoció a quien fuera la madre de Roque, María García. Creció en la casa materna, de techos y puertas altas, en una esquina de San Salvador donde María también atendía el almacén La Royal. Leía las revistas Billiken o El Gráfico, y libros de literatura argentina, que los primeros gobiernos peronistas repartían en las embajadas de todo el continente. Fue a escuelas de educación católica, reservadas para familias con cierto poder adquisitivo que financiaba el padre, quien no lo reconocería con su apellido hasta finales de la adolescencia.
Estudió abogacía en El Salvador, en Chile y en México, pero nunca terminó. En su estadía en Chile, casi que se vio obligado a saber sobre marxismo gracias a Diego Rivera, en una entrevista que finalmente no llegó a hacer:
—¿Cuántos años tienes? –le preguntó el pintor mexicano.
—18 años.
—¿Has leído marxismo?
—No…
—Entonces tienes 18 años de ser un imbécil –concluyó Rivera y lo echó.
Para el año ’57, Roque ya se había acercado a las lecturas del comunismo tanto en su estadía por once meses en Chile como en el regreso a su país, y cuando se enteró que se realizaría en la Unión Soviética el VI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes por la Paz y la Libertad viajó hasta ese lado del mundo. Cuando volvió, se afilió al Partido Comunista salvadoreño. En los años ’56,’58 y ’59 fue reconocido con el Premio Centroamericano a la Poesía. Y un año después, fue detenido y condenado a muerte por la dictadura de Lemus. Cuatro días antes de que se ejecutara la pena, fue derrocado el dictador y la Junta de Gobierno que asumió el poder liberó los presos políticos entre los que estaba Dalton. Esa fue la primera vez que los enemigos no pudieron con él.
De otras idas y vueltas
Primero se exilió en México y en 1962, cruzó a Cuba. “Me contaste que los árboles no son los principales / enemigos y que no debía creer nada de lo que hablan desde el / otro lado de las rejas”, escribió en el poema Lo que me dijo un loco, que integró El turno del ofendido, mención del Premio Casa de las Américas ese mismo año.
En la isla, vivió en la calle J N° 164 en El Vedado, el barrio donde se concentraba buena parte del círculo bohemio y revolucionario, donde todavía está la Casa de las Américas, uno de los faros culturales más relevantes en la historia latinoamericana. Allí conoció a los integrantes de la trova cubana como Silvio Rodríguez, a los escritores e intelectuales como Roberto Fernández Retamar, Julio Cortázar y Mario Benedetti, entre otros. Cortázar, para el homenaje a Roque Dalton después de su “muerte monstruosa”, como la definió, recordó la escena en la que Fidel Castro y Dalton discutían acalorada y sonoramente por el uso de un arma que recreaban entre gestos y risas, sin tenerla entre las manos, después de una reunión que el líder revolucionario había tenido con quienes habían sido jurado del Premio Casa de las Américas.
A mediados de la convulsionada década de los ’60, volvió a su país y al poco tiempo fue detenido en una cárcel ubicada en Cojutepeque, un pueblo a más de 30 kilómetros de la capital. El 3 de mayo de 1965, San Salvador sufrió uno de los terremotos más fuertes de su historia, dejando más de 100 muertos, 500 heridos y miles de damnificados. El temblor destruyó todo tipo de construcciones y agrietó la celda en la que Dalton cumplía su encierro. Gracias a esa grieta en la pared, logró hacer un boquete y escapar de la prisión, debida a la persecución de los gobiernos militares que se sostuvieron, con breves intermitencias, casi por cincuenta años. Esa fue la segunda vez que Roque Dalton esquivó la muerte enemiga.
En 1966 se fue a vivir a Checoslovaquia y nunca dejó de escribir y de discutir con los revolucionarios cubanos y de todos los países latinoamericanos. La estadía en Praga fue de dos años donde, bajo el seudónimo de Farabundo (en reconocimiento a uno de los líderes revolucionarios de su país, como Agustín Farabundo Martí), ganó el Premio Casa de las Américas de poesía con su poemario Taberna y otros lugares, en 1969.
Después, volvió a Cuba, que ya era casi un segundo hogar. En una entrevista realizada por Benedetti aseguró que “la experiencia cubana ha sido para mí decisiva en muchos aspectos” y a Víctor Casaus le reconoció que le gustó haber encontrado en la isla el espíritu revolucionario en la juventud, a quienes decía: “Creo que el mejor consejo que les podría dar es ese: que su actitud sea la del alzado contra los errores, de que no se pierda jamás la capacidad crítica, que no se pierda jamás el criterio de construir una revolución sobre la base de las grandes contradicciones, que no se pierda el criterio del orgullo juvenil que significa la lucha y que no se pierda también el criterio de que estamos construyendo un nuevo mundo con la más absoluta sinceridad”.
Roque no escribía de a un texto por vez y todos eran siempre para ayer, forma que de alguna manera expresó al decir que “desde hace algunos años siempre me propuse escribir de prisa, como si supiera que me van a matar al día siguiente”.
Con novedad en la espalda
En diciembre de 1973, después de discusiones personales y a través de cartas con la dirigencia comunista de la Casa de las Américas, tanto con Fernández Retamar como con Haydée Santamaría, Dalton logró entrar definitivamente a su país con el nombre de Julio Dreyfus y se integró a las filas del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).
Roque Dalton era una figura de renombre internacional en el ámbito cultural. Era uno de los personajes que había puesto a El Salvador en la escena global, en un marco de ruidosas discusiones revolucionarias que se daban en distintos rincones del mundo, sobre todo en América Latina. Su palabra dentro del ERP había ganado espacio y referencia, y encabezaba una de las líneas internas que insistía con tomar las armas en las discusiones que mantenía con la conducción de la organización. Algunos compañeros le decían que tenía que irse, otra vez, de su país porque era peligroso el enfrentamiento que tenía con la cúpula y Dalton siempre contestó que tenía confianza en sus compañeros. Sin embargo, fue esa misma conducción la que finalmente lo detuvo durante 27 días en cautiverio, con la excusa que ni ellos se creyeron de ser “agente de la CIA”.
“Yo que creía en todo / En todos. / Yo que sólo pedía un poco de ternura, lo que no cuesta nada, a no ser el corazón. / Ahora es tarde ya. / Ahora la ternura no basta. / He probado el sabor de la pólvora”, escribió entre sus últimos poemas Dalton que parecía sentir la muerte cada vez más cerca.
Según la reconstrucción realizada por uno de sus hijos, Juan José, la orden fue de Alejandro Rivas Mira, y la ejecución final de Jorge Meléndez y Joaquín Villalobos. Pero nunca pudo comprobarlo.
Las versiones sobre la ejecución de la sentencia realizada el 10 de mayo de 1975, cuatro días antes de que cumpliera 40 años, por el juicio de la cúpula guerrillera fueron varias a lo largo de los años. Que fue en una casa en las afueras de San Salvador, que lo durmieron antes de dispararle, que lo tiraron golpeado cerca del mismo volcán donde la dictadura tiraba los cuerpos de los guerrilleros para que lo devoraran las aves de rapiña de la zona, que está enterrado entre las piedras de vayan a saber dónde.
Juan José Dalton entrevistó a Villalobos a principios de los ’90, quien respondió que el asesinato de Roque había sido “un error de juventud”, pero no se lo atribuyó y en la actualidad vive en Oxford, Inglaterra, como asesor de gobiernos liberales.
Roque Dalton dejó decenas de libros publicados, cientos de poemas, algunos ensayos y libros a medio hacer (como Un libro rojo para Lenin y Las historias prohibidas de Pulgarcito que se publicarían póstumamente), en una obra tan poética como política que –por intención y con humor– rompió las estructuras del género en su época. En 2013, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional que gobierna El Salvador, aprobó que en el aniversario de su nacimiento, el 14 de mayo, se celebre el Día de la Poesía.
Muchos fueron y son los homenajes a él y a su obra, que aún se realizan por distintos rincones latinoamericanos. Como el de Silvio Rodríguez, a partir de que el mismo hijo de Roque le contara que en las montañas de El Salvador “andando con la aguerrida tropa de los humildes, trotaba un unicornio azul con un cuerno». Por eso en 1982 escribió Unicornio y desde ahí canta “mi unicornio azul ayer se me perdió, si alguien sabe de él, le ruego información…”, a su vez como homenaje a los desaparecidos de todo el continente, aunque la mayoría lo fueron y lo son en manos enemigas. No como pasó con Pulgarcito, que zafó de todas las muertes que venían de frente y no pudo con la que tenía en su espalda. Como dijo Eduardo Galeano, “de al lado tenía que venir esta bala, la única capaz de encontrarlo”.