La división conceptual entre la línea marcada por las formas convencionales que habían dado origen y marcado el carácter del rock argentino y los nuevos patrones estéticos, sonoros y visuales, que dictaba una nueva generación surgida en los tempranos ’80 como canal conductor del clima juvenil social de algarabía ante los inéditos aires de libertad, quedó definitivamente zanjada el 5 de noviembre de 1983 cuando Charly García, figura asociada a un pasado glorioso del movimiento, lanzaba Clics Modernos, su segundo disco solista.
Es que tras siete años de silencio obligado por el terror de la sangrienta dictadura, comenzaba a explotar un nuevo paradigma que se había ido cultivando en los sótanos de Buenos Aires, marcado por una camada de jóvenes músicos para los cuales bailar ya no era sinónimo de liviandad intelectual, del mismo modo que la poética podía conjugar humor y sincretismo sin resignar profundidad.
Allí se jugaba una especie de velado «parricidio artístico» con la generación seminal del rock argentino y toda una serie de usos y costumbres al respecto, nacidas al calor del hippismo, que exigían solemnidad en las líricas y el comportamiento escénico, complejidades armónicas, y hasta ciertos parámetros en el plano estético que renegaban de la atención excesiva en la ropa y los peinados.
Aunque Charly, quien ya acumulaba en su currículum históricas bandas como Sui Generis, La Máquina de Hacer Pájaros y Serú Girán, siempre se desmarcaba de antiguos preceptos, lo cual le valían no pocas críticas -como cuando se lo tildaba de «cirquero» por bailar en el escenario-, con su nueva producción grabada en Nueva York, rompía finalmente el cerco entre la historia y las nuevas tendencias.
El uso de una batería electrónica como gran protagonista rítmico, la inclusión de samplers, el planteo cosmopolita en lo sonoro y en lo visual era algo que diferenciaba al gran astro del rock argentino respecto a sus compañeros generacionales y lo ubicaba como una suerte de gurú ante los veinteañeros.
Y aunque el músico ya había dado algunas señales en Yendo de la cama al living, del año anterior, esta nueva placa marcaba un cambio radical, empujada también por la combinación de éxitos que sonaban en las discotecas, como «Nos siguen pegando abajo» y «No me dejan salir»; con lúcidas reflexiones sobre el pasado reciente como en «Los dinosaurios» y «Plateado sobre plateado»; acuarelas sobre la modernidad en «No soy un extraño» y el «medio-pelo argento» como el caso de «Bancate ese defecto».
«Clics Modernos fue un pase-gol: el que lo entendía, conquistaba el territorio. Pero creo que lo que hacía Charly en aquel tiempo era dinamitar los techos y los prejuicios: se iba a grabar a Nueva York, se cortaba el pelo, usaba samplers antes que nadie, producía a Los Abuelos y a Los Twist, invitaba a tocar a Suéter en Ferro. Era inatajable. Charly decía ‘¿hay un techo? ¡Mirá como te lo vuelo a la mierda!’. Fue como el sello de aprobación para la renovación del rock», analizó a pedido de Télam Sergio Marchi, autor de la biografía No digas nada.
Para Gonzo Palacios, saxofonista de Los Twist e integrante de la banda formada por Charly para la presentación en vivo del disco, en realidad, la aprobación se dio en el sentido contrario.
«Mi percepción es que fue a la inversa, que los músicos más jóvenes, que estábamos un poco talibanes por esas épocas, empezamos a aceptar a Charly como uno de los nuestros», recordó al ser consultado por esta agencia.
Sin embargo, destacó que «García ya había comenzado a cambiar la piel con Yendo de la cama al living. Fue un momento muy especial, el público se había expandido y estaba más al día que el establishment conformado por la prensa especializada, las discográficas y los próceres de la vieja guardia. En ese sentido, el tándem ‘Yendo-Clics’ ayudó a que muchos comenzaran a tomarse en serio los nuevos paradigmas estéticos de principios de los `80», amplió.
En tal sentido, Marchi hizo hincapié en el «rechazo que generó» la nueva producción de Charly, debido a que «el público rockero era fiel pero también muy conservador», al punto que a «le pedían Sui Generis todo el tiempo».
Así como Gonzo Palacios rememora haber reaccionado «con creciente admiración» al escuchar el disco por primera vez, frente a «primero, el sonido y la pulsión rítmica, luego las letras y esa maravillosa síntesis de modernidad y tradición, simpleza y complejidad»; la fascinación también alcanzó a un jovencísimo Fernando Samalea, quien adquirió la placa en un local de Primera Junta y quedó fascinado al posar la púa sobre el surco del vinilo, sin siquiera imaginar que apenas un par de años después iba a tocar esos temas en vivo al convertirse en baterista de Charly.
«Lo gasté durante días y días. Había teclados voladores, máquinas Roland 808, golpes brillantes del baterista norteamericano Casey Scheverrell, un ajustadísimo bajo de Pedro Aznar y hasta guitarras de Larry Carlton. No podíamos creerlo. Charly se había reinventado como nunca, mostrando la experiencia neoyorquina y la poética multirracial del Greenwich Village a quienes ni siquiera las veíamos por televisión. Nos quedamos en éxtasis, al ritmo de las palmas machacantes de ‘No soy un extraño'», narró a Télam.
Y añadió: «Fue emocionante enterarnos a través de la Revista Pelo de sus andanzas en el país del Norte. Descubríamos a un García ‘importado’ y bien distinto, inmerso en una atmósfera cosmopolita, con influencias africanas o tecno. Al parecer, en su estadía había participado de jams con músicos underground de allá, en el CBGB y otros clubes modernos. Además, se cortó el pelo a la moda de los nacientes `80, como una verdadera declaración de principios. Evidentemente, quiso hacer un disco que incitara a bailar y cantar alegremente. Aún con su profundidad».
Del estudio al escenario
A pesar de ser un álbum diseñado en el estudio con samplers y máquinas de ritmos, que no fue grabado de manera orgánica; y de contar con algunas complejidades, como la polirritmia presente en «Nos siguen pegando abajo»; la tarea de llevarlo al vivo no resultó tan complicada, de acuerdo al testimonio de Gonzo Palacios.
«Charly estaba musicalmente hiperlúcido en esas épocas, y precisamente porque él había grabado la mayor parte de los instrumentos del disco, que había previamente demeado en ocho canales en su casa, se sabía a la perfección cada nota del repertorio, y que función quería que cumpliese cada instrumento. Era un rompecabezas complejo pero tan bien elaborado que todas las piezas encajaban a la perfección con facilidad», explicó el saxofonista.
Pero como se comentó antes, aunque Clics Modernos planteó un cambio radical, el astro del rock argentino había comenzado a insinuar este movimiento un año antes en Yendo de la cama al living, y lo sostuvo en Piano Bar, de 1984, a pesar de apostar por un sonido más orgánico, según analizó Samalea, quien al ingresar a su banda tuvo que afrontar un repertorio conformado por esta trilogía, acaso la más virtuosa en la historia del rock argentino.
Fuente: Telam