Daniel Burman: «Hacer series es el mejor trabajo del mundo»

No le gusta charlar sobre cine ni sobre series y no quiere hablar de su vida. Daniel Burman podría ser uno de los personajes de sus películas. Algo neurótico, tragicómicamente divertido y siempre amable. Igual no hay opción, la conversación tiene que suceder. Es momento de promocionar Edha, la primera serie argentina de Netflix que va a estar disponible en el canal de streaming desde el 16 de marzo.

Creada y dirigida por Burman, con libros de un equipo de guionistas integrado por Mario Segade, Virginia Martínez, Fernando Castets, Marta Betoldi y Daniel Cúparo, Edha es un thriller ambientado en el mundo de la moda en Buenos Aires. Juana Viale (cuyo personaje está inspirado en Jessica Trosman, quien además diseñó la línea de ropa masculina que se muestra en la ficción) y el español Andrés Velencoso encabezan un elenco ecléctico integrado por Pablo Echarri, Osmar Núñez, Sofía Castiglione, Daniel Hendler y Julieta Zylberberg, entre otros recurrentes o novedosos de sus casts. «La venganza nunca pasa de moda», anuncia Netflix y promete una historia de suspenso con ribetes de melodrama.

«Me atrae muchísimo explorar géneros nuevos. Creo que tiene que ver con un crecimiento que hice como autor. No me interesa quedarme atado a lo que creo que funciona», dice Burman. Se reserva, tal vez, porque no le gusta hablar de cine, que va a volver a hacer una película y que, esta vez, va a estar bastante alejado de la narrativa que le valió, en su momento, hace ya 20 años, el apodo de «Woody Allen argentino».

Con sus relatos familiares entre tristes y jocosos, Burman fue creciendo internacionalmente. Su segundo largo, Esperando al Mesías (2000), lo puso en la mira mundial y con el cuarto, El abrazo partido (2004), ganó dos Osos de Plata en el Festival de Berlín. Ahora, cuando vuelva a las pantallas grandes, va a ser con una adaptación de la novela También esto pasará, de la catalana Milena Busquets. Él, que se especializó en narrar relaciones de hijos y padres, va a meter su cuchara en esta historia de una hija y una madre. Pero de eso ahora no se habla. «Vivo proyecto a proyecto, año a año. Ya empecé a asumir que es verdad, que el futuro es un engaño», dice, se ríe y agrega: «Para mí cada trabajo es único y lo llevo con una intensidad tal que me es imposible pensar hacia delante».

-¿No planeás qué vas a hacer después?

-Sí, en ese sentido, puedo pensar y tengo varios proyectos. Pero no imagino, desde donde estoy, cómo voy a abordar el siguiente trabajo. Cuando llega una propuesta, lo que finalmente hago siempre tiene que ver con el momento vital en el que esté. En cada situación decido de qué manera voy a vivir ese trabajo, y así descubro qué nuevos caminos quiero emprender.

Prêt-à-porter

Mientras toma una limonada con jengibre que pidió en el bar, Burman confiesa que vio unas lentejas a las que les va a entrar después. Ya pasó el mediodía y el verano aplacó su calor a un punto ideal como para que ese deseo gastronómico sea un pequeño gran plan. Tiene hambre, avisa. Su agenda apretada lo fue demorando, pero igual llegó con una sonrisa enorme, como un adolescente de 44 años. «Si bien nunca me llamó la atención la moda para mí, siempre me interesó como fenómeno», explica un rato después de bajar de su auto elegante con un montón de ropa que se va a poner durante la producción de fotos. Prefiere moverse en el territorio de su placard.

-¿Por qué elegiste el mundo de la moda para contar esta historia?

-La moda no tiene nada de banal o superficial. Siempre estuvo, desde que existe el hombre, y. y.

-. y la mujer.

-Sí, decía «hombre» en sentido genérico, pero ahora ya no está bien decirlo así.

-Puede decirse «humanidad».

-Sí. La moda existe desde que existe la humanidad. Y, en el primer diálogo del hombre y de la mujer con dios, después de probar el fruto prohibido, hablan de vestirse. O sea que a partir del pecado original existe la moda. Esa es la primera reacción, la vestimenta. No hay nada más verdadero ni sincero para expresar lo que somos que todo aquello con lo que nos tapamos. Es una paradoja muy interesante. Una persona se pone 30 kilos de tela encima, supuestamente para cubrirse, pero eso es lo que más la muestra. La desnudez no es gran cosa.

-Se estrenó en cable American Crime Story: El asesinato de Gianni Versace; en cine, El hilo fantasma, de Paul Thomas Anderson, ambientada en el mundo de la moda de los años 50, y Netflix lanza Edha. ¿Por qué creés que llega casi simultáneamente a la tele, al cine y al streaming?

-Hay cosas que suceden en el mundo al mismo tiempo, en diferentes lugares, que se expresan de manera simultánea. Ha pasado muchas veces.

-¿Y qué te picó a vos en particular?

-Hay cierto fenómeno que se da en el mundo de la moda que tiene que ver con el roce de lo artístico con lo industrial, una línea que envuelve dilemas morales. Yo me meto en un universo cuando entiendo su dilema moral. Es lo que me resulta atractivo, las zonas grises, las ambigüedades. Y el cruce de todo eso con historias románticas me interesa. Hay ciertos mundos que favorecen estas situaciones; entre otros, el de la moda.

-El año pasado hiciste Supermax (TV Pública), una serie en una cárcel de máxima seguridad que tampoco tiene que ver con los temas y los escenarios que solés tratar en tu cine. ¿Por qué el cambio?

-Al llegar a los 40 años uno se empieza a aburrir de sí mismo. Y eso es bueno porque, si no, estás en problemas. La idea de investigar, de ponerme en situación de aprendizaje, me resulta estimulante. Lo que me encantó hacer para Edha fue aprender modos, modismos, jergas, nombres de costuras, telas, trabajar con diseñadores, ver cómo eran sus vidas, sus profesiones. Meterme en un universo diferente en cada serie es fascinante, es como vivir una nueva vida cada vez.

-¿El formato serie te facilita esa exploración?

-Yo me considero más que nada un autor. Esa es la faceta en la que más disfruto. Y este dispositivo para una narración es maravilloso. Pueden aparecer diversas situaciones y hacerlas crecer, que se desarrollen muchos personajes o plantear dramas secundarios que por momentos adopten un rol más central. Es como tener todos los chiches a disposición. Me siento muy enamorado del formato. Hacer series es el mejor trabajo del mundo. No se me ocurre uno mejor. Mientras siga pensando esto lo voy a seguir haciendo. Me levanto cada mañana y me digo «que buen trabajo conseguí, que buen trabajo pegué».

-¿No tiene nada de malo?

-Es más complicado y riesgoso que el cine porque hay muchos artilugios y herramientas para trabajar. Pero el despliegue temporal que se puede hacer en una serie me resulta tremendamente atractivo y permite un grado de experimentación que, muchas veces, una película no.

Cómo ser masivo

Historias Breves, el concurso de cortos del Incaa que impulsa a nuevos cineastas comenzó en 1996. Los primeros ganadores, que realizaron sus producciones para la primera película episódica, fueron 11 y casi todos después se convirtieron en los referentes del llamado Nuevo Cine Argentino. Los dos más rutilantes son Daniel Burman y Lucrecia Martel.

«La gente no se da cuenta de que las series son un retroceso», dijo Martel en una entrevista con el diario español El País y el mundo hizo plop. La realizadora de Zama volvía al cine después de una década de silencio y atacaba el nuevo formato mimado mientras seleccionaban su película para representar a la Argentina en la 90ª edición de los Premios Oscar. «En términos narrativos de imagen y sonido, lo que se había conseguido ya con los documentales y ciertas películas era más rico que lo que están haciendo las series, que son otra vez el puro argumento, una estructura mecánica y decimonónica por más que esté bien hecha. Las series nos han devuelto a la novela del siglo XIX. Es fruto del momento conservador que estamos viviendo. Se arriesga menos», argumentó.

Burman cree todo lo contrario. «Las series son el avance más importante que tuvo la narrativa cinematográfica. La producción de series, para cualquier plataforma, permite de una manera más transparente el encuentro con el espectador. La pared es más fina. En cambio, cuando terminás una película, entre el director y el espectador hay un mecanismo de distribución y exhibición, por decirlo de una manera elegante, bastante complejo», explica.

-¿El cine aleja al público?

-No. Pero solo desde lo físico se tiene que generar el milagro de que una persona decida ir, se meta en una sala y se siente dos horas en un horario determinado. Además, el sistema comercial que hay detrás para que eso pase hace que la llegada del espectador sea sinuosa e impredecible. En las series, en cambio, más de cien millones de personas van a poder ver mi cuento. Y eso es lo que más quiero, porque yo escribo para contarle algo a alguien.

-¿Le decís «mi cuento» a tu serie o película?

-Sí, porque es un cuento. Cambió el soporte, pero es eso. Funciona como en la infancia, con un padre o una madre que le cuentan una historia al niño antes de que se duerma. No quiero que se queden dormidos con Edha, eh. Pero sí espero que se sientan como niños con mi cuento. Las series han elevado la exigencia en la narración porque hay que generar una atención genuina. Un fin de semana podés ver 10 capítulos porque la última imagen del uno te hace querer ver el dos. Pero si yo pongo mi bar mitzvah, que dura seis horas, no te vas a clavar eso en un fin de semana. Entonces ahí hay algo de hipocresía.

-¿En qué?

-En no reconocer que la evolución que tuvo el storytelling, la narración, es una revolución. Eso tiene que ver con las plataformas, pero también con un cambio en la idea renacentista del autor. Pasó el tiempo en el cual un tipo elegido iba a un lugar secreto y descendía con una obra para el público. Ahora es al revés, porque el espectador es más sofisticado que los autores. Y hay que ascender con las historias para alcanzarlos. Ya no existe el artista iluminado que cualquier cosa que hace, porque tiene un nombre y un origen, funciona. Me parece sano. Instala una meritocracia. Ahora, una narración es realmente buena si te atrapa.

-¿Escribir para miles de espectadores condiciona el cuento?

-No. Porque uno siempre le cuenta un cuento a un espectador que se construye o que tiene mucho de uno mismo, pero más que nada hay que ser sincero. No pienso una serie para que le vaya bien en Japón. Pero si sos genuino con lo que contás, no sabés hasta dónde puede llegar. Cuando hice El abrazo partido, un distribuidor me dijo: «¿A quién le va a interesar una película de judíos pobres en Once?». Bueno, el primer lugar en donde se vendió fue Japón. Yo nunca imaginé un japonés como espectador, pero somos mucho menos diferentes de lo que creemos.

-Quien te conoce por tus películas, ¿va a pasar de las telas en Once a la alta costura?

-Es que también está eso, están todos los universos en Edha. Al que le interesan mis mundos de las películas los va a encontrar en la serie. Cuando hace 20 años que se hace algo, como yo esto, inevitablemente se tiene lo que muchos llaman «estilo», que me parece una palabra muy pretenciosa. Es peligroso creerse que uno tiene un ADN, una marca. A mí no me interesa, me cuido de no caer en esa trampa. Ah, bueno, acá voy a poner un rikudim porque es mi estilo. No lo haría nunca. Mi marca está en cómo veo el mundo, y con eso alcanza. Yo voy al cuento porque lo que quiero es contar un gran cuento, el mismo que me gustaría que me cuenten a mí.

El cuentacuentos

En 2015, Burman y la ilustradora Margarita Tambornino crearon la editorial Treintayseis, donde fueron armando una curaduría de libros en tres colecciones: Infantiles, Cine y Ensayo/Novela. Aunque el director en realidad se considera un cuentacuentos, y escribe narrativa, todavía no la publica, pero coquetea. En su catálogo están el guion original de El rey del Once, su última película, que estrenó en 2016, acompañado de sus comentarios, y Diálogos de cine, donde cruza su mirada con la de Manuel Antín.

-¿Qué tipo de literatura te interesa?

-Soy totalmente ecléctico. Voy a la librería y elijo caprichosamente. Hace un tiempo que estoy leyendo a Spinoza. Y me divierte, encuentro que es una buena manera de sobrevivir a la dificultad de la existencia. Redescubrí la filosofía como un mecanismo casi, incluso, superior al psicoanálisis.

-¿Hay más dificultad de la existencia últimamente?

-Nos creamos dificultades de la existencia para no plantearnos lo básico, que es para qué estamos vivos. Entonces caemos en problemas menores, que obviamente igual están inscriptos en nuestros universos burgueses, en donde podemos abrir la heladera y hay comida, digamos. Los que tenemos la suerte de cubrir las necesidades básicas a veces olvidamos eso y nos entretenemos con complicaciones que no son tales.

-¿Estás escribiendo literatura?

-Sí, escribo cosas, siempre. De hecho, cuando sea grande de verdad me voy a dedicar a eso y a estar descalzo en mi casa escribiendo.

-¿Descalzo es parte de la fantasía?

-Sí, por supuesto, es la fantasía básica: que me paguen por estar en mi casa descalzo escribiendo. Eso debe ser como el estadio superior de la vida… No está tan lejano, eh. En un par de años. Escribo todo el tiempo. El goce que genera la palabra y compartirla en narración y que eso impacte en el corazón de otro es lo que más me gusta.

-¿Les contás cuentos a tus hijos?

-No, con mis hijos soy pésimo.

-¿Y anécdotas a tus amigos?

-No.

-¿Solo sos cuentacuentos de producción?

-Sí. Pasa que en mi casa me agarra una fiaca tremenda.

-¿Qué series te gustan?

-Soy fan de The Americans, The Affair y hay una producida por Soderbergh, The Girlfriend Experience, que es extraordinaria.

-¿Las ves tipo droga o trabajando?

-No soy un adicto, más de dos o tres capítulos seguidos no puedo ver. Es bastante, igual. Pero tengo tres hijos, compromisos, y encontrar tanto tiempo para ver series a veces es difícil. Aparte, capaz que porque sé cómo se hacen, necesito en cierto momento cortar y procesar un poco.

-¿Perdiste la capacidad de ser público?

-Sí.

-¿En el cine también?

-Si la capacidad de ser público es ver un contenido de principio a fin sin trabajar, en el único lugar que logro eso es en un avión. Ahí lloro por cualquier película y es donde más disfruto frente a la pantalla. En absoluta soledad, suspendido en el aire, con la muerte debajo de los pies, porque es completamente antinatural ir sentado a esa altura. Ahí es donde más disfruto de ver cine.

-¿Por qué?

-Me aburre muchísimo hablar de series y películas, te confieso. Me pasa lo mismo que con la comida y el sexo: creo que si se disfruta, después no hay nada relevante que decir. Y si no se disfruta, tampoco.

-No hablás de series, ni de cine, ni de sexo, ni de comida, no les contás anécdotas a tus amigos, ni cuentos a tus hijos.

-No, exacto, no, no, no. Y sí, es muy decepcionante para los otros. Lo sé. Porque en cualquier mesa se genera una charla sobre el tema y yo, que se espera que aporte más, soy pésimo porque ni siquiera puedo simular. Se me nota que no me interesa. Tampoco hablo de fútbol, así que mis temas son muy acotados.

-¿Con qué otra cosas podés ser público?

-Escucho música andando en bicicleta. Y leo para dormir, como un reemplazo de cualquier tipo de medicación. Tener libros a mano es lo mejor que te puede pasar.

-En Edha la protagonista es mujer. Como director, ¿fue complicado de abordar?

-Las cosas que me movilizan o dan curiosidad son siempre las mismas, pero en Edha, una protagonista me resultó interesante para trabajar. Los hombres tenemos cierta linealidad que narrativamente puede ser aburrida. En el universo femenino hay algo para contar, pero no desde lo masculino. Porque contrariamente a lo que piensan algunos hombres hay una lógica femenina. Y me interesa construir esos personajes desde su propia conflictiva, que no tiene que ver con nosotros. Es algo obvio para cualquier mujer, pero muchos varones aún no lo saben. Yo puedo haber dirigido un montón y saber cómo es la escena, pero no soy mujer. Muchas veces yo estaba fascinado con una idea, la contaba y las autoras me decían que una mujer no lo vería nunca de esa manera. Y no les discuto jamás.

-¿Te dio vértigo meterte con un thriller, que nunca hiciste?

-No. Ahora, con todo ya terminado, lo que tengo es adrenalina. Saber que va a haber cien millones de tipos que si quieren pueden ver la serie.

-¿Y chicas no?

-Sí, tipos, tipas, todos. No me siento muy de acuerdo en eso de «todos y todas», me parece una sobreactuación.

-¿Quizá porque no sos mujer?

-Simone de Beauvoir estaría de acuerdo conmigo. Acabo de leer El segundo sexo de vuelta y estoy seguro de que sí.

Publicada en REVISTA BRANDO

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