El tren de la línea General Roca que tiene parada en la estación Sarandí, a metros de la cancha de Arsenal, llegaba lleno desde La Plata y desde Capital Federal. En su interior no se veían banderas de agrupaciones, ni canciones con consignas como en actos anteriores. Los pasajeros se miraban entre sí, sin saber bien si llegarían al mismo destino.
La tranquilidad del medio de transporte más económico de la zona, se amenizaba con un clima cálido en el interior de las formaciones contrastando con el frío del exterior. Los comentarios que se escuchaban eran que «gracias al gobierno de Cristina ya no nos morimos de frío en el tren, los coches son todos nuevos».
Recién cuando la locomotora se detuvo en la parada Sarandí, quienes viajaban se dieron cuenta de que todos iban al mismo lugar, los trenes quedaron vacíos. Al bajar, un gran barranco separaba la plataforma de la parada, de la calle que entraba directo a la cancha, pero no hubo problemas. Los «compañeros» se habían organizado con un sistema de sogas para ayudar a bajar a todos los que descendían del tren. Emocionó a muchos ver a un hombre muy excedido de peso, entrado en años y con un bastón siendo ayudado a bajar por no menos de 10 personas: «la patria es el otro» dijeron muchos, otros tantos aplaudieron cuando llegó a destino.
«Qué pasa que no hay banderas de La Cámpora o de Descamisados, ¿Qué onda?» preguntó un distraído, y enseguida recibió la respuesta de al menos tres personas que lo rodeaban en la multitud: «Cristina pidió que vengamos sin banderas, compañero».
La magia, la buena onda y el compañerismo entre quienes llenaban la cancha era un rasgo destacable, como si el hecho de ver solo banderas argentinas, sumado a la música de Los Redondos, La Renga y La Bersuit que salía de los parlantes, y el día soleado alcanzara para evadir, al menos por un rato, la amargura del ajuste que implementa el gobierno nacional.
Con el estadio lleno transcurrieron los minutos, un par de horas tal vez. De pronto Cristina ingresó al estadio, las pantallas gigantes la mostraban sonriente, saludando a su gente, como siempre.
Subida a un escenario rodeada seguidores por los cuatro costados, la expresidenta se excusó por su mala voz (estaba algo afónica), y evitó dar definiciones respecto a su candidatura. No hace falta decirlo, todos los manuales del candidato indican que la líder de Unión Ciudadana está realizando todos los pasos para lanzarse.
«Vengo a participar como una más, a poner el cuerpo» dijo y luego hizo subir al escenario a cerca de 20 personas (en su mayoría mujeres) que vienen sufriendo el ajuste macrista de forma directa. Personas de carne y hueso, con nombre y apellido que testimonian la brutalidad del ajuste acompañaron a Cristina en el lanzamiento de la Unión Ciudadana.
Mientras tanto, gran parte del público no lograba contener la emoción y el llanto por participar de tan agradable tarde, en el día de la bandera, con un estadio vestido de celeste y blanco y con Cristina definiendo de qué se trata el nuevo espacio.
No solo no hubo banderas de agrupaciones, lo mismo ocurrió con los cánticos que desde hace años se escuchaban en los actos del Frente Para la Victoria: no hubo agrupaciones imponiendo sus melodías sectoriales, sino que la gente espontáneamente eligió los momentos en los que cantaban «Cristina Senadora», y hasta se notó la falta de restricciones en ese sentido cuando los presentes cantaron «Cristina Presidenta», con lo que la dirigente se sorprendió visiblemente y pidió que paren, para continuar con su discurso.
«Yo he tenido los máximos honores que ustedes, el pueblo argentino, me concedieron a través del voto» lanzó, pero el público que estaba viviendo una tarde a puro sol, rock nacional y militancia se entusiasmó con «una mas, y no jodemos más, una más y no jodemos más» con mucha picardía.
El acto terminó luego de la presentación de los afectados por el ajuste. Sin definiciones concretas de Cristina sobre si será candidata o no, con caras sonrientes, tranquilas y amenas de los miles de anónimos que cantaban el Himno Nacional Argentino mientras se retiraban en paz.
El momento reflexivo del final, cuando el tren volvía a su destino cargado nuevamente sirvió para pensar que si ese acto despojado de soberbia, de gritos, de sectorizaciones inútiles, despojado de cualquier acusación y con la sola invitación a unirse contra el ajuste, no es leído como la tan demandada autocrítica que se le reclama a la expresidenta, entonces las lecturas serán absolutamente malintencionadas.